"Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro." Hebreos 4:16
La verdadera oración es un acercamiento del alma, por el
Espíritu de Dios, al trono de Dios. No se trata de expresar palabras, ni de
sentir deseos únicamente, sino que consiste en poner los deseos delante de
Dios, en un acercamiento espiritual de nuestra naturaleza con el Señor nuestro
Dios. La verdadera oración no es un simple ejercicio mental, ni una ejecución
vocal, sino que es algo mucho más profundo que eso: es un intercambio
espiritual con el Creador del cielo y la tierra.
Dios es un Espíritu invisible para el ojo mortal, y sólo es
percibible por el hombre interior. Nuestro espíritu, engendrado por el Espíritu
Santo en el momento de nuestra regeneración, discierne al Grandioso Espíritu,
tiene comunión con Él, le presenta sus peticiones, y recibe respuestas Suyas de
paz. Es un intercambio espiritual de principio a fin; y su meta y su objetivo
no terminan en el hombre, sino que alcanzan al propio Dios.
Para que se dé tal oración, se requiere de la obra del
propio Espíritu Santo. Si la oración sólo fuese de los labios, necesitaríamos
únicamente aire en nuestras fosas nasales para orar: si la oración sólo fuera
de los deseos, muchos excelentes deseos son experimentados con facilidad,
incluso por el hombre natural: pero cuando se trata del deseo espiritual, y de
la comunión espiritual del espíritu del hombre con el Grandioso Espíritu,
entonces el propio Espíritu Santo debe estar presente en todo momento, para
ayudar a nuestra debilidad, y dar vida y poder, pues de lo contrario nunca
podríamos presentar una oración verdadera.
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